Wednesday 3 September 2008

Las certezas..




Las peleas entre dioses y hombres me habían siempre encantado. Me imaginaba al Olimpo, ese escenario de discusiones y broncas, y hasta casi veía cómo corría algo de divina sangre en algunas de esas escaramuzas, según Homero nos cuenta en la Ilíada...
Increíblemente, estaba yendo a donde se habían desarrollado las peleas de sangre en serio. Donde miles de hombres habían muerto sólo por salvar el honor de un rey que había sido robado, a quien habían “sustraído” su esposa.
El camino a Troya parecía largo desde Estambul, a pesar que me habían dicho que era cerca... Dos horas y media de ferry a Bandirma, dos horas más en un micro para llegar a Channakale, y allí, a preguntar por señas cómo arribar finalmente al lugar que jamás había pensado, aunque sí soñado, conocer.
Claro, las señas no decían cuánto tardaría el pequeño y único vehículo que me podía dejar cerca, pero con todo mi entusiasmo allí, a flor de piel, lo tomé.
Estaba lleno de personas que vivían en los alrededores, quienes hacían detener al micro en distintas casas para recoger objetos que, finalmente, transportaban entre los asientos. Calefones, cacerolas, gallinas. El muestrario hubiera sido la envidia de cualquier catálogo de supermercado.
Todos me miraban... no creo que los turistas utilizaran esa forma de llegar a Troya muy frecuentemente, ya que los buses de excursión eran más confortables y los llevaban directamente a destino.
Entre los que me observaban..estaba ella. Tal vez tenía 20 años, tal vez 18.. Pero los ojos curiosos eran los de una nena que, entre sorprendida y avergonzada, me analizaba detalle por detalle con furtivas miradas. Mi ropa, mi gastada y medio sucia, a esa altura, mochila...
La miraba de reojo, porque no quería que se sintiera incómoda, pero trataba de descubrir qué pensaba ella de mí. Con mi habitual exceso de imaginación me veía en su lugar.. qué hubiera sentido yo, viviendo en ese pueblo tan pequeño, al ver a una absoluta extranjera quién sabe venida de dónde, irrumpir así... y entendía su mirada.
Ella bajaba los ojos cuando veía que yo prestaba atención.
Pasó un rato...Pero cuando vi que el vehículo seguía su camino, y tardaba, me empecé a inquietar... tenia un horario determinado para tomar de regreso el otro micro para llegar al ferry para volver a Estambul...
Uffff... parecía que para encontrar la Ilíada debía suceder una pequeña Odisea, pero Ulises era yo en este caso, y no podía darme el lujo de tardar tanto como él... Decidí averiguar si faltaba mucho para la ciudad, y por supuesto la indicada era la chica que estaba enfrente de mí...
En inglés y con señas intenté preguntarle acerca de Troya, ella ensayó un gesto vergonzoso y bajó los ojos... después recordé que era algo parecido a Truva en turco, así que repetí ese nombre.
Allí cambió todo. Su mirada ya no bajó más, su rostro se iluminó de un modo entre divertido y casi triunfador... y con un gesto condescendiente, bajó su mano un poco, como sugiriéndome : No te preocupes, falta todavía...
Sonreí. Yo ya no era el asombro de lo extraño irrumpiendo en su mundo.Ella sabía algo que yo necesitaba, y entonces ya no tenía por qué sentir ningún tipo de vergüenza. A partir de ahí, me siguió observando abiertamente, y cada vez que me veía mirando el reloj (yo calculaba el tiempo de descuento que me quedaba para ver los restos de la ciudad y regresar), se sonreía.
Finalmente, la vi que se levantaba, y me señalaba el camino, como diciendo: Allí viene la ciudad. El pequeño vehículo se detuvo para que ella y otros bajaran. Al decirle gracias en turco, otra vez ese gesto condescendiente, como si no hubiera sido nada.
Pocos minutos después, descendí.
Pagué la entrada y allí me enteré que tenía 20 minutos para ver Troya antes que el conductor, que seguía su recorrido hasta un pueblo cercano, regresara para llevarme de vuelta. Corrí los 300 metros hasta donde comenzaban las ruinas... me emocioné viendo los restos de la ciudad asediada... allá a lo lejos la ciudad moderna, el mar, los campos ahora verdes donde antes habían desembarcado listos para la lucha, miles de hombres... sentí el alma de los dioses del Olimpo, llenando de discordia las pobres almitas de los hombres...

Me quedé pensando, recordando a esa chica en el micro... la certeza de saber algo, nos da esa seguridad que nos hace perder el miedo, la vergüenza... me imaginé a los aqueos, a las tropas atacantes, consultando a los augures, a los adivinos, para tener la certeza que vencerían, para lograr que esos interminables años de guerra se les hicieran más soportables...
Finalmente, me lo imaginé a Schliemann, el descubridor de Troya, con la certeza que la encontraría, y luchando contra las burlas de sus contemporáneos, contra la desconfianza del gobierno turco, perdiendo fortunas para lograr su sueño..
Él también estaba seguro... sabía que la ciudad estaba allí.

Había terminado mi tiempo... corrí nuevamente hacia la entrada, adonde el micro ya había retornado. Había viajado 6 horas y me aguardaban otras 6 horas de vuelta para esos gloriosos 20 minutos. Cuando me decidí a hacer esa excursión no sabía si llegaría, si tendría el tiempo necesario, si la podría ver... pero en realidad, y permítaseme la arrogancia... tenía la certeza que lo lograría.

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